Muchas veces quisiéramos que las cosas funcionaran de la forma cómo fueron pensadas. Lamentablemente, la realidad a veces nos golpea en la cara, y nos recuerda que una cosa es lo que vemos escrito en un papel, y otra cosa, lo que se vive en el día a día.
En la constitución de la República de Panamá, se establece en el Capítulo 6º, “Salud, Seguridad Social y Asistencia Social”, En el artículo 106, en su acápite 5: En materia de salud, corresponde primordialmente al Estado el desarrollo de las siguientes actividades, integrando las funciones de prevención, curación y rehabilitación: “…Crear de acuerdo a las necesidades de cada región, establecimientos en los cuales se preste el servicio de salud integral y suministren medicamentos a toda la población…”
Se ve muy bien en papel, sin embargo se vería mejor puesto en práctica. No es para nadie un secreto que actualmente hay una crisis de medicamentos e insumos en el país. Y más que una crisis de medicamentos, es una crisis del sistema. Una crisis para los pacientes, y una crisis para los médicos, que tenemos que ingeniarnos cómo hacer nuestro trabajo cuando lo que está escrito, sigue alejándose de la realidad más y más. Si bien nuestro papel como médicos incluye la prevención y la promoción de la salud, hay gran cantidad de personas que ya están diagnosticadas con una enfermedad crónica, como hipertensión arterial y diabetes, a las que tenemos que darles respuesta, y tenemos que ayudarlas a mantener su salud, para las cuales los medicamentos juegan un papel muy importante.
Pero es fácil escapar de la comprensión del problema cuando sólo se trabaja con números y no con rostros. Cuando se trabaja en cómo hacer infinidad de pasos burocráticos, y no teniendo que decirles todos los días a los pacientes que todavía no ha llegado el medicamento que necesitan. Cuándo no les tienes que decir “Si puede, lo compra…”, aun sabiendo que para ese paciente que vive en condiciones socioeconómicas restringidas, comprar su tratamiento mensual equivale a poner en balanza si come o no come. Cuando no tienes que ver que traigan un laboratorio que refleja que su enfermedad se está saliendo de control. Cuando no tienes que preguntarte todos los días en tu consulta por qué el sistema no está funcionando.
Como médicos familiares lo vivimos más de cerca, porque estamos más cerca del paciente. Sabemos que la señora Diana, de 56 años, es diabética hace 3 años, y que se ha controlado después de varios esquemas de tratamiento. También sabemos que ella no es sólo un número, ni una enfermedad. Sabemos que es ama de casa, tiene 3 hijas, y es la cuidadora principal de su padre de 93 años, encamado y dependiente. Que el único ingreso económico es el de su esposo, que trabaja en una empresa local, con salario mínimo. Que a pesar de que le ha costado, es una paciente que ha hecho modificaciones dietéticas, ha seguido las recomendaciones y que cumple con su tratamiento. Que desde que ha sido difícil conseguir los medicamentos, ha traído un control menos que ideal a la consulta. Y sabemos que de persistir esta escasez, ella y muchos otros pacientes diabéticos, hipertensos, o con otras enfermedades crónicas, van a acudir a los cuartos de urgencias con complicaciones que se pudieron haber evitado.
Y también sabemos, que como sistema, les estamos fallando.
Nadie quiere que exista una crisis de este tipo. Esto solo termina haciéndoles daño a los pacientes, por lo ya mencionado, al personal médico y de salud en general, ya que nos ata las manos muchas veces, y a las instituciones del Estado, que pierden cada vez más credibilidad en cuanto a su capacidad para manejar la cosa pública. Es necesario que se hagan los análisis adecuados del porqué se llegó a esta situación, de tomar en cuenta que detrás de los números y de los proceso administrativos para la adquisición de cualquier insumo, está ese paciente anónimo, que se lleva el extremo corto de la situación, por lo que estos procesos deberían ser lo más amigable posible, y realizarse con una adecuada anticipación.
Sólo nos queda esperar que se tomen los correctivos y que llegue el día en el que lo que está escrito en la constitución sea un reflejo de la realidad, y no sólo un sueño que parece inalcanzable. Mientras tanto, seguiremos haciendo lo que nos toca: acompañar, escuchar y vivir junto a nuestros pacientes. Recordando más que nunca que pese a las limitaciones del sistema, siempre podremos seguir utilizando, como promulgaba Michael Balint, el mejor medicamento que les podemos dar: nosotros mismos.
Autor es Médico Familiar